Como en los demás géneros
literarios, la Guerra Civil (1936-1939) marca un antes y un después en la
evolución del género dramático. El teatro, por sus especiales circunstancias
(texto y representación), se vio condicionado por la nueva situación
socio-política tras la Guerra Civil. Se estableció una rígida censura en todas
las representaciones, que se fue suavizando con el paso del tiempo.
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Durante los años 40 y parte de los 50 prevalece
la continuación de las tendencias más tradicionales, pero se advierte la
búsqueda de otros caminos, entre los que destaca el teatro existencial.
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Mediada la década de los 50, apunta un teatro
realista y social, con propósitos de testimonio y denuncia hasta donde tolera
la censura.
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A medida que avanzan los años 60 y entramos en
los 70 se notará el cansancio del realismo social y se producirán intentos de
experimentación, manteniendo la carga crítica.
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Finalmente, la implantación de la democracia,
desde el 75, elimina buena parte de los obstáculos mencionados, pero,
paradójicamente, la literatura dramática no ha florecido tanto como se
esperaba.
Dentro de la producción dramática de los años 40 y los años 50, se
pueden distinguir varias corrientes. En línea con
teatro benaventino, aparecen una COMEDIA BURGUESA, donde predomina una construcción teatral muy elaborada, a veces
con una amable crítica de costumbres, unida a una defensa de los valores
tradicionales. Predominan las comedias
de salón (“Celos del aire” de José
López Rubio), pero también las obras de tesis (“La muralla” de Joaquín Calvo Sotelo), así como un
teatro de humor (“Margarita y los hombres” de Edgar Neville). En esta misma línea se sitúan autores como José Mª Pemán, Torcuato Luca de Tena o
Victor Ruiz de Iriarte.
Entroncado con el teatro del
absurdo, aparece un TEATRO VANGUARDISTA DE
HUMOR, que hunde sus raíces en la etapa anterior
a 1936. Sus representantes son Enrique
Jardiel Poncela y Miguel Mihura.
También ambos acabaron sumándose al teatro comercial precedente. Jardiel nos
presenta un ritmo rápido de acción, con acumulación de elementos estrambóticos
y absurdos. Su mejor obra es “Eloísa está debajo de un almendro”.
Un caso diferente presenta Mihura con “Tres sombreros de copa”. Estrenada
en 1952 por una compañía universitaria, había sido escrita 20 años antes. Sin
embargo, sus innovaciones hicieron que Mihura la viera como irrepresentable.
Supone uno de los mayores logros del teatro español.
1 TEATRO EN EL EXILIO
Desarrollado en México y Argentina,
fundamentalmente, presenta diferencias estéticas con el cultivado en España.
Quizá el autor más destacado es Alejandro Casona: “Prohibido suicidarse en
primavera” (en Mexico en 1944); “La dama del alba” (1944); “Los
árboles mueren de pie”, (1949)... La obra de Casona tiene los rasgos de las
obras teatrales anteriores a la Guerra Civil, como el lirismo, simbolismo,
cierto carácter melodramático y el conflicto realidad-fantasía. También en el
exilio, Max Aub publica su drama
“San Juan” (1942), en el que acusa a las naciones libres que se negaron a dar
asilo político a las víctimas del nazismo.
2 DÉCADA DE LOS 50, TEATRO EXISTENCIAL
En una línea muy distinta hay que situar
en la década de los 50 el nacimiento de un teatro serio, preocupado e
inconformista, dentro de una corriente existencial. Dos fechas resultan claves:
1949 con el estreno de “Historia de una
escalera” de Antonio Buero Vallejo
y en 1953 con la presentación de “Escuadra
hacia la muerte” de Alfonso Sastre.
Ambos iniciarán, hacia 1955, un teatro
social, aunque desde dos posturas distintas.
2.1 ANTONIO BUERO VALLEJO
El teatro de Buero Vallejo une, pues, lo
social y lo existencial, con un mensaje ético, una reflexión sobre el
individuo, la justicia y la verdad. Formalmente, no llega a romper del todo con
las fórmulas del teatro comercial; más bien intenta aprovecharlas para darles
una dimensión nueva. En su teatro podemos distinguir varias etapas:
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Primera etapa: enfoque existencial, con una técnica teatral realista: Historia de una escalera,(1942) “En la ardiente oscuridad”, (1950), “Hoy es fiesta”, (1955).
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Segunda etapa: enfoque social y ético, con una técnica teatral más compleja
(efectos de inmersión, escenarios múltiples
y simbolistas, etc.). Escribe dramas simbólicos, en los que se vale del
pasado para reflexionar sobre el presente: “Un soñador para un pueblo”, (1958),
“Las Meninas”, (1960), “El concierto de San Ovidio”, (1962), o “El tragaluz”, (1967), o “El sueño de la
razón”, (1970).
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Tercera etapa: contenidos sociales y políticos más explícitos, con incorporación
de experimentos escénicos: “La doble historia del doctor Valmy”,( 1968), “La
Fundación”, (1974), o “La detonación”, (1977), cuyo protagonista es Larra.
2.2 ALFONSO SASTRE
Junto con Alfonso Paso, firmó el
artículo “Teatro de Agitación Social”, donde se defendía el teatro como
elemento revolucionario más que estético, desde una concepción marxista de la
literatura. En sus obras denuncia las injusticias y el poder tiránico: “La
mordaza”, “Guillermo Tell tiene los ojos tristes”. Todas sus obras sufren
grandes dificultades para poder ser estrenadas, hasta el punto de que uno de
sus últimos éxitos “La taberna fantástica”, escrita en 1966, no fue estrenada
hasta 1985.
Durante años Alfonso Sastre
sostuvo una notoria polémica con Antonio
Buero Vallejo sobre el modo de luchar con el teatro para cambiar la
sociedad durante la dictadura; mientras que Buero defendía el posibilismo, es decir, aprovechar
cualquier resquicio que permitiera la censura franquista para intentar
cambiarla desde dentro, Sastre consideraba más radicalmente que esta
actitud era una claudicación y optó por un teatro extremista que apenas encontró
forma de poderse representar.
3 DÉCADA DE LOS 60
Este teatro social se mantiene en los
años 60, con diversas orientaciones, desde el realismo de Rodríguez Méndez
(“Los inocentes de la Moncloa”) o el esperpento de Martín Recuerda (“Las
salvajes en Puente San Gil”) hasta el sainete arnichesco de Lauro Olmo (“La camisa”). En este grupo
estaría las primeras producciones de Antonio
Gala, que se inclinó luego por un teatro más comercial (“Petra regalada”)
4 DÉCADA DE LOS 70, EL TEATRO EXPERIMENTAL
A partir de los 70 hay una
tendencia por la recuperación de las técnicas
de vanguardia como lenguaje escénico. En este teatro experimental predominan
los elementos simbólicos y vanguardistas, lo grotesco y lo imaginativo.
Cobran también importancia los elementos extraverbales: sonoros, visuales, corporales,
etc. Sin embargo, aunque alejado del
realismo, sigue siendo un teatro de protesta y denuncia. Su temática gira en torno a la dictadura, la
falta de libertad, la injusticia, la alienación... Lo novedoso es, por supuesto,
el tratamiento dramático, porque se da
entrada a la farsa, la deformación esperpéntica, lo alucinante, lo onírico...
Entre los autores, pueden citarse los siguientes: Algunos críticos hablan de “teatro soterrado”, porque en pocas
ocasiones subió a las tablas (Miguel
Romero Esteo, Manuel Martínez Mediero). Dos autores destacados son Francisco Nieva (“La carroza de plomo
candente”) y Fernando Arrabal, cuyas obras están a medio camino entre el esperpento,
el surrealismo y el teatro del absurdo: “El cementerio de automóviles”, “El
arquitecto y el emperador de Asiria”, “Pic-Nic”, “El cielo y la Mierda”. Creó
el “teatro pánico”, presidido por la confusión, el humor, la búsqueda formal y
la incorporación de elementos surrealistas en el lenguaje. Los temas más
frecuentes en sus obras son la sexualidad, la religión, la política, el amor y
la muerte.
Empiezan a surgir compañías de
teatro independiente, que potencian el elemento coreográfico, plástico, mímico
o musical, tanto como el literario. Así TEI
(Teatro Experimental Independiente), Tábano,
Els Joglars, Els comediants, La Fura dels
Baus, etc.
5 AÑOS 80 Y 90
El teatro recibe un notable
apoyo institucional, con la creación del Centro Dramático Nacional, que después
se irá desgajando en diversas compañías. Aparecen nuevos autores, cultivadores
de un teatro realista, entre los que destacan José Luis Alonso de Santos (“Bajarse al moro”, “La estanquera de
Vallecas”), José Sanchís Siniestra
(“¡Ay, Carmela!”) y Fermín Cabal
(“Caballito del diablo”) entre muchos otros autores.
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